martes, 30 de diciembre de 2008

Mi muerte

.

Las últimas horas, quise detenerme en cada uno, acercarme a todos. 
Los miré allí reunidos, a la espera de su negra llegada. Revolví su historia y la mía, y las mezclé  en un solo momento. 
Los acaricié. Las despedidas son un arte difícil. 
Sentí el llegar del último segundo.
La vida sí sabe como despedirse. En silencio. 
Una última mirada. Los ojos perdían su brillo y lo perdieron, cuando uno a uno fueron cayendo muertos.


.

Gracias BIBI!!

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Casi las tres

Eran casi las tres de la mañana. Siempre son casi las tres.
-A menudo recuerdo los ojos de un ciego hurgando más allá de las cosas; encontrando, más allá, las cosas. -
A persianas cerradas y oscuridades abiertas, hice casi tres pasos hacia la puerta, y tropecé.
-A menudo recuerdo las piernas de un inválido volando más allá de las cosas; saltando, más allá, las cosas. -
Solté un desprolijo grito, y casi tres aturdidoras blasfemias.
-A menudo recuerdo la boca cosida de un mudo conversando más allá de las cosas; callando, más allá, las cosas.-
Como lejano, escuché mi torpe llanto que, armónico junto al viento helado que sacudía algunas ramas, me despojó de casi tres lágrimas guardadas.
-A menudo recuerdo los oídos de un sordo atento al rumor más allá de las cosas; oyendo, más allá, las cosas. -
Volví a la cama en varios tramos, derrotado por mis propios sentidos. Y me recordé ciego, inválido, mudo, sordo, sintiendo los últimos casi tres galopes de mi corazón.

martes, 9 de diciembre de 2008

El bar silencioso




En el bar no había nadie.
El control que se tiene sobre el silencio es nulo, se hace y se deshace a sí mismo, y a su alrededor.
Por eso, al verla llegar respiré aliviado.
No me extrañó que cambiara el aire, que la cucharita empezara a mezclar de nuevo mi cortado, ni que mis ojos se adhirieran a su boca (el cigarro pecaba de inocente entre esos labios).
Leí su cuerpo entero: metáfora de amor culpable de todos los pecados.
¿Cuántas veces habrá sido abrigo de la noche?
En el punto y coma de su espalda, me di cuenta: en el bar no había nadie; y las mujeres son como el silencio.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Un auto con vista al mar


Compartí con esta persona, varios años de charlas y salidas. Compartí con él mis ideas e ideales, hablé de amores y desamores, y por último pero no menos importante (tal vez olvide alguna que otra cosa), siempre lo escuché.
Podría decir entonces, que fue durante esos años un gran amigo.
Lo conocía bien (en la medida en que se puede conocer a alguien), y sabía que era un poco extraño. Pero… ¿quién no lo es?
Todo es extraño. Nosotros, sólo nos acostumbramos a las cosas, pues, para que algo deje de ser extraño, tenemos que conocerlo y entenderlo en su totalidad.
Cada uno con sus ideas y su forma de ver el mundo, de tal manera que para él los elefantes no volaban, y yo le decía que durante las primeras noches de julio, se los podía ver en el cielo emigrando hacia el norte; y ninguno se equivocaba.
Luego de los hechos que pretendo mencionar, él desapareció, o yo desaparecí. Da igual.
Estábamos sentados en un banquito de una plaza, o en un bar, hablando de cosas que nos gustaría tener. Entre una extensa lista de mujeres, estrellas, el aroma del rocío de la mañana embotellado, una sirena, un dragón con quien recorrer el mundo, la silueta de un ángel en el techo un día de tristeza, tu boca un día de nostalgia (disculpen que me dirija a ella), un día completo en un sueño (como éste), me sorprendió cuando dijo: “un coche con vista al mar”. Me pareció un imposible.
- Si la gente se compra casas con vista al mar –me decía convencido – ¿por qué no puedo tener un auto con esa misma vista? No creo que sea muy complicado conseguir uno. Tengo que averiguar.
- Puede ser, no sé. Igual, para mí es algo imposible.
Dejamos ahí el tema y seguimos haciendo la lista: un viaje al centro de la tierra, un poco de silencio, un segundo sin tiempo, el pasado de otro hombre, mi presente, y el futuro de un tercero, entre otras cosas.
Pasaron varios días hasta que lo volví a ver.
Pasamos el rato en mi casa, o en la suya. Me comentó que había estado averiguando por el auto, y que la semana próxima lo tenía.
– Bueno che, llamame así lo veo y me llevás a dar unas vueltas.
A la semana fui a su garage, y ahí estaba el auto, tan común como todos.
– ¿Y? ¿Lo conseguiste con vista al mar, o al Glaciar Perito Moreno? – le dije con un tono algo sarcástico.
– Al glaciar era más caro. –riéndose –Subite che, vamos a pasear.
Abrí la puerta y subí.
Miré para afuera y era todo como siempre fue el barrio.
– Che… ¿y el mar?
– Bajá la ventanilla, estás viendo a través de ese vidrio que deforma el mundo. ¡Si vos sabés que es hermoso! ¿Cómo le creés al vidrio?
Bajé la ventana como me dijo, pero no vi el mar. Vi montañas con los picos nevados y una luna contemplativa iluminando un lago de cristal. El mundo dejó de ser extraño en ese momento.
– Tenés razón, sé que es hermoso.
Volvimos a mi casa con vista a la Tierra, o a la suya en el fondo del mar.
Nos despedimos con un “nos vemos pronto” y desapareció, o desaparecí; y nos fuimos juntos.



jueves, 2 de octubre de 2008

Continuas grietas en el espacio

Sonó el despertador como cada día a las 6:30 AM. También, como cada día, dormí diez minutos más hasta juntar fuerzas, levantarme, y vestirme.
Abrí la puerta para salir de mi cuarto e inesperadamente un viento frío me congeló la cara. Inmediatamente cerré la puerta. Volví a abrirla y la imagen me dejó sin habla. Donde habitualmente me esperaba un balcón, había un campo inmenso cubierto por la nieve, y a lo lejos se dejaba ver un lago completamente congelado. Cinco veces abrí y cerré la puerta, y me pellizqué el brazo hasta creer que no era un sueño.
Sin pensar posibles explicaciones de este fenómeno anormal, busqué en el ropero un buzo, dos camperas (una liviana y otra gruesa) y las botas que uso para ir a pescar, y salí a explorar completamente desorientado y confuso el exterior.
Lo más extraño fue que por donde yo salía a la nieve era sólo una puerta erguida en medio de aquél campo, y detrás de ella, sólo había más nieve.
Pasaron varias horas de caminata (sin ir muy lejos por miedo a perderme) y no encontré un alma. Ningún animal excepto los peces del lago.
Suerte que había estado arreglando mi caña la noche anterior y la dejé al lado de la cama.
Junté unos papeles y con una silla de madera que tenía junto al escritorio hice una fogata. Ese mediodía y esa noche cené pescado.
Luego de la cena brotó en mí la sensación de quedarme solo toda la vida, en medio de una nada blanca y comiendo pescado (aclaro que nunca me gustó). Lloré toda la noche lágrimas congeladas por el frío, hasta que caí rendido al sueño.
Al día siguiente el campo nevado ya no estaba.
En su lugar estaba el mar, infinito. Nada perturbaba al agua calma. Otra vez comí pescado y otra vez lloré esa noche, esta vez lágrimas secas.
Es en vano que siga contando esta historia, ya son cinco años que cada día despierto en un lugar desconocido del universo.
Si tengo suerte, despierto en un bosque y junto provisiones para los días en que escasean.

.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Como la luna y el sol




Sólo quería salir un tiempo de la ciudad, cambiar un poco el cielo.
Caminando, en auto, en moto. No importa cómo viajé, si de todas formas sólo me fui por un tiempo.
A dónde iba tampoco importa pues no llegué a destino (tal vez sí llegué a destino, tal vez no era el que yo pensaba).
El camino no presentaba dificultad ni sorpresas, fue por ello que decidí buscar un atajo o un camino incorrecto.
Pronto me topé con un cartel donde se leían estas letras:

..................“CAMINE TAN SÓLO UN METRO MÁS Y NO
......................QUERRÁ VOLVER JAMÁS A SU TIERRA”

Me alejé un poco. Lo curioso fue que el cartel ahora decía:

............“CAMINE TAN SÓLO DOS METROS Y MEDIO MÁS Y
....................NO QUERRÁ VOLVER JAMÁS A SU TIERRA”

Detrás se veía el camino tranquilo, así que continué obviando el cartel. Pero al dejarlo atrás, floreció un jardín a mi derecha, y un lago se abrió frente a mis ojos.
Volaron sobre mí mil dragones montados por sirenas que al pasar sobre el lago se zambullían con elegancia. El sol y la luna compartían el cielo y las estrellas estaban al alcance de mi mano.
Un ángel se acercó a mí y dijo:
-Como verás, aquí es donde la naturaleza no se corrompe, aquí sólo existe lo que el corazón contiene. Tu tierra no ofrece esta armonía y sé que ya no querrás regresar.
-Estás equivocado –contesté-, en mi tierra el cielo está plagado de dragones y he visto tantas sirenas como años tiene el suelo fértil, que no se muestren les da más belleza e importancia, y si el sol y la luna ya casi no comparten el cielo es sólo porque necesitan extrañarse.
-Pero aquí las estrellas están a tu servicio, a tu alcance –dijo tratando de convencerme de la maravilla de su reino.
-Si las estrellas en mi tierra se han ido lejos es tan sólo para que pueda probarme a mí mismo que aún puedo alcanzarlas.
Éstas fueron mis últimas palabras en aquél lugar pues se desvaneció para mis ojos.
Di media vuelta y volví a donde pertenezco. Volví al lugar que, como la luna y el sol, necesitaba extrañar.
.

jueves, 25 de septiembre de 2008

La finitud con que sueña la eternidad

.
La madera de la mesa ya gastada, blanda, deformada. El papel sobre ella, y la pluma y la tinta a un costado.
Se ha rodeado de objetos que algún día acabarán su ciclo, de objetos que carcome el tiempo.
Pretende escribir unas líneas, simple historia de un mortal, que vive y -¡qué belleza!-, luego muere.
Sonríe, siente su obra.
Rápidamente cambia la mueca.
¡Qué triste eternidad le ha otorgado al personaje! ¡Lo ha condenado!
Toma la hoja y la quema. Se regocija con su desvanecimiento.
No escribirá más.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

La vida después de la muerte

Dos caminos después de la muerte.
Uno ancho, rápido (digamos, el camino
a la perdición), la mismísima muerte.
Otro estrecho, angosto (digamos, el camino a
la salvación), la resurrección del alma, la vida.
No dejarse seducir por el primero, por el
entierro del corazón, es la primera señal
de vida. Ahora, cruzar aquél callejón angosto,
sólo es posible recordando sus ojos, admitiendo
la derrota y sabiendo una revancha.
Pero, recordar no es penar;
tambíen aprendiendo esta diferencia.

Capítulo I: Demoliciones.

La tarde se vio opacada por las nubes. Lágrimas goteaban desde el cielo, rodaban por mi cara, y acababan su corta vida en el suelo.
El derrumbe se un sueño acosaba mis pensamientos.
-No encontré en su voz una grieta de angustia. –Lo único que escuché claro en mi cabeza.
Con el pecho desgarrado por la fría magia de un ángel, levante la cabeza hacia el gris, contuve el grito desesperado, y seguí viaje en un barco fantasma.

Capítulo II: Naufragios.

La espesa niebla del mar de luces me cegaba. Imposible divisar tierra firme.
Nada cerca. Nada lejos.
-Lejos del mundo. –Pensé.
Los tiburones miraban la tabla y afilaban sus incisivos.
Un pequeño salto hacia el olvido.
La filosa espada del pirata del pasado lastimaba con su repugnante brillo.
Me vi logrando un escape (y no sé si lo quería). Un bote “salvavidas”.
¡A la deriva en ese mar de tiburones y yo sangrando por el pecho!
¡¿Cuánto tiempo aguantará el corazón?! Perdido el guía estoy perdido.
Naufragio de mi alma en pena. Arrastrada por la corriente, ¿a dónde llegaría si sólo el fin del mundo prometía un respiro?
Tirado y sin fuerzas, cerré los ojos y me interné en la oscuridad de mi interior, hasta perder toda visión.
Pasó el tiempo (como siempre en este mundo que no se detiene ni a contemplar el nacimiento de una flor) y separé otra vez los párpados para no ver.
Recostado en el bote con los ojos mojados, sentí el sol caliente (nunca antes había quemado así) y esquivé su luz.
Concluí, en una de las pocas veces que pude despegar de ese revivir la muerte, que ya el tiempo para mí no correría. Vería al mundo girando, desplazándose desde los presentes ahora ya pasados, hacia los futuros pasados, gozando de cada pequeño cambio en cada segundo.
Y yo igual siempre, en un eterno presente, pasado y futuro; en un inmutable dolor.

Capítulo III: Memorias.

-Casi no recuerdo nada que no sea su aroma, que no sea su voz acariciando mi oído, su suave piel hablando de amor.
¿Qué ha sido de todo el sueño que he vivido?
¿Cómo he caído en esta atroz realidad?
¿O será éste el sueño?
Cada vez me siento más perdido. Ya no sé qué es la realidad. Me hallo al borde de las dos vidas que habitan mi cuerpo. ¿Cuál quiero creer real? ¿Cuál lo es? –Miles de veces conversé lo conversé conmigo mismo.
Luego, seguí recordando, como tratando de extinguir lo poco de vida que en mí quedaba.
-Si hubiera sabido antes que esos ojos alguna vez apagarían su brillo al verme… si hubiera sabido reconocer cada pequeña variación en su voz, cada mensaje que dejaban sus labios…

Capítulo IV: Tierra.

-… si hubiera atendido a cada señal de posible ausencia, atado a consideraciones y a estrategias frías y calculadas, hubieran resbalado entre mis dedos las pasiones, hubiera perdido el hilo en la conversación de nuestros cuerpos. –Comprendí.
Vivir el estallido y viajar en la onda expansiva, y morir luego con ella. Ser cenizas.
El tiempo, en esencia, es cíclico.
Someterse a él o no es irrelevante
 

Relatos Inconscientes © 2008. Design By: SkinCorner