jueves, 4 de diciembre de 2008

Un auto con vista al mar


Compartí con esta persona, varios años de charlas y salidas. Compartí con él mis ideas e ideales, hablé de amores y desamores, y por último pero no menos importante (tal vez olvide alguna que otra cosa), siempre lo escuché.
Podría decir entonces, que fue durante esos años un gran amigo.
Lo conocía bien (en la medida en que se puede conocer a alguien), y sabía que era un poco extraño. Pero… ¿quién no lo es?
Todo es extraño. Nosotros, sólo nos acostumbramos a las cosas, pues, para que algo deje de ser extraño, tenemos que conocerlo y entenderlo en su totalidad.
Cada uno con sus ideas y su forma de ver el mundo, de tal manera que para él los elefantes no volaban, y yo le decía que durante las primeras noches de julio, se los podía ver en el cielo emigrando hacia el norte; y ninguno se equivocaba.
Luego de los hechos que pretendo mencionar, él desapareció, o yo desaparecí. Da igual.
Estábamos sentados en un banquito de una plaza, o en un bar, hablando de cosas que nos gustaría tener. Entre una extensa lista de mujeres, estrellas, el aroma del rocío de la mañana embotellado, una sirena, un dragón con quien recorrer el mundo, la silueta de un ángel en el techo un día de tristeza, tu boca un día de nostalgia (disculpen que me dirija a ella), un día completo en un sueño (como éste), me sorprendió cuando dijo: “un coche con vista al mar”. Me pareció un imposible.
- Si la gente se compra casas con vista al mar –me decía convencido – ¿por qué no puedo tener un auto con esa misma vista? No creo que sea muy complicado conseguir uno. Tengo que averiguar.
- Puede ser, no sé. Igual, para mí es algo imposible.
Dejamos ahí el tema y seguimos haciendo la lista: un viaje al centro de la tierra, un poco de silencio, un segundo sin tiempo, el pasado de otro hombre, mi presente, y el futuro de un tercero, entre otras cosas.
Pasaron varios días hasta que lo volví a ver.
Pasamos el rato en mi casa, o en la suya. Me comentó que había estado averiguando por el auto, y que la semana próxima lo tenía.
– Bueno che, llamame así lo veo y me llevás a dar unas vueltas.
A la semana fui a su garage, y ahí estaba el auto, tan común como todos.
– ¿Y? ¿Lo conseguiste con vista al mar, o al Glaciar Perito Moreno? – le dije con un tono algo sarcástico.
– Al glaciar era más caro. –riéndose –Subite che, vamos a pasear.
Abrí la puerta y subí.
Miré para afuera y era todo como siempre fue el barrio.
– Che… ¿y el mar?
– Bajá la ventanilla, estás viendo a través de ese vidrio que deforma el mundo. ¡Si vos sabés que es hermoso! ¿Cómo le creés al vidrio?
Bajé la ventana como me dijo, pero no vi el mar. Vi montañas con los picos nevados y una luna contemplativa iluminando un lago de cristal. El mundo dejó de ser extraño en ese momento.
– Tenés razón, sé que es hermoso.
Volvimos a mi casa con vista a la Tierra, o a la suya en el fondo del mar.
Nos despedimos con un “nos vemos pronto” y desapareció, o desaparecí; y nos fuimos juntos.



1 comentario:

Joan Tristany dijo...

Impresionante historia.
Ha sido un placer leerla.
Un abrazo

Joan

 

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