miércoles, 17 de septiembre de 2008

La vida después de la muerte

Dos caminos después de la muerte.
Uno ancho, rápido (digamos, el camino
a la perdición), la mismísima muerte.
Otro estrecho, angosto (digamos, el camino a
la salvación), la resurrección del alma, la vida.
No dejarse seducir por el primero, por el
entierro del corazón, es la primera señal
de vida. Ahora, cruzar aquél callejón angosto,
sólo es posible recordando sus ojos, admitiendo
la derrota y sabiendo una revancha.
Pero, recordar no es penar;
tambíen aprendiendo esta diferencia.

Capítulo I: Demoliciones.

La tarde se vio opacada por las nubes. Lágrimas goteaban desde el cielo, rodaban por mi cara, y acababan su corta vida en el suelo.
El derrumbe se un sueño acosaba mis pensamientos.
-No encontré en su voz una grieta de angustia. –Lo único que escuché claro en mi cabeza.
Con el pecho desgarrado por la fría magia de un ángel, levante la cabeza hacia el gris, contuve el grito desesperado, y seguí viaje en un barco fantasma.

Capítulo II: Naufragios.

La espesa niebla del mar de luces me cegaba. Imposible divisar tierra firme.
Nada cerca. Nada lejos.
-Lejos del mundo. –Pensé.
Los tiburones miraban la tabla y afilaban sus incisivos.
Un pequeño salto hacia el olvido.
La filosa espada del pirata del pasado lastimaba con su repugnante brillo.
Me vi logrando un escape (y no sé si lo quería). Un bote “salvavidas”.
¡A la deriva en ese mar de tiburones y yo sangrando por el pecho!
¡¿Cuánto tiempo aguantará el corazón?! Perdido el guía estoy perdido.
Naufragio de mi alma en pena. Arrastrada por la corriente, ¿a dónde llegaría si sólo el fin del mundo prometía un respiro?
Tirado y sin fuerzas, cerré los ojos y me interné en la oscuridad de mi interior, hasta perder toda visión.
Pasó el tiempo (como siempre en este mundo que no se detiene ni a contemplar el nacimiento de una flor) y separé otra vez los párpados para no ver.
Recostado en el bote con los ojos mojados, sentí el sol caliente (nunca antes había quemado así) y esquivé su luz.
Concluí, en una de las pocas veces que pude despegar de ese revivir la muerte, que ya el tiempo para mí no correría. Vería al mundo girando, desplazándose desde los presentes ahora ya pasados, hacia los futuros pasados, gozando de cada pequeño cambio en cada segundo.
Y yo igual siempre, en un eterno presente, pasado y futuro; en un inmutable dolor.

Capítulo III: Memorias.

-Casi no recuerdo nada que no sea su aroma, que no sea su voz acariciando mi oído, su suave piel hablando de amor.
¿Qué ha sido de todo el sueño que he vivido?
¿Cómo he caído en esta atroz realidad?
¿O será éste el sueño?
Cada vez me siento más perdido. Ya no sé qué es la realidad. Me hallo al borde de las dos vidas que habitan mi cuerpo. ¿Cuál quiero creer real? ¿Cuál lo es? –Miles de veces conversé lo conversé conmigo mismo.
Luego, seguí recordando, como tratando de extinguir lo poco de vida que en mí quedaba.
-Si hubiera sabido antes que esos ojos alguna vez apagarían su brillo al verme… si hubiera sabido reconocer cada pequeña variación en su voz, cada mensaje que dejaban sus labios…

Capítulo IV: Tierra.

-… si hubiera atendido a cada señal de posible ausencia, atado a consideraciones y a estrategias frías y calculadas, hubieran resbalado entre mis dedos las pasiones, hubiera perdido el hilo en la conversación de nuestros cuerpos. –Comprendí.
Vivir el estallido y viajar en la onda expansiva, y morir luego con ella. Ser cenizas.
El tiempo, en esencia, es cíclico.
Someterse a él o no es irrelevante

1 comentario:

Anónimo dijo...

wuuuaaw...
siempre dejandome sin palabras vos...

escribis muy lindo:)

un besoo

fla

 

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